En este volumen publicado por Crítica en 2003, el catedrático de ecología de la Universidad de Barcelona Joandomenec Ros nos ofrece una selección de los ensayos más característicos del célebre biólogo y divulgador de la ciencia Stephen Jay Gould, recientemente fallecido. Gould fue un personaje central para la biología mundial, paladín heterodoxo de la evolución y divulgador de la ciencia a tiempo completo, figura muy conocida en Estados Unidos donde se le llamaba el Carl Sagan de la biología. Toda su obra de divulgación es muy atractiva para el lector sin conocimentos técnicos pero con interés profundo por la realidad. De hecho, Gould siempre renegó de la divulgación científica que pretendía estupidizar la ciencia para hacerla accesible.
Uno de los aspectos más atractivos de la obra de Gould son sus amplios conociemientos humanísticos, que le permiten relacionar un tema aparentemente técnico sobre historia natural con aspectos inesperados de la vida humana, desde la estadística del jugador del beisbol Di Maggio hasta la evolución de Mickey Mouse y su relación con la evolución de la especie humana. En todos sus ensayos Gould rezuma un amor y una fascinación por la riqueza y belleza de la realidad, tanto la natural como la humana, comportandose en ello como todo gran científico. Gould es también un historador de la ciencia fuera de serie, tanto que algunos han llegado a compararlo con Kuhn. Su atención a los detalles históricos y su profunda capacidad para intuir la psicología de aquellos que han participado en la construcción de la historia natural le permite no solo rehabilitar a algunos personajes condenados por la ortodoxia, sino incluso explicar mejor la realidad natural a partir de los trabajos originales de grandes científicos.
Desde el punto de vista de su producción científica, Gould es especialmente conocido por sus novedosas y a veces polémicas hipótesis sobre como funciona el fenómeno evolutivo, que muchas veces fueron duramente atacadas por los miembros de la ortodoxia neodarwinista. Por ejemplo, Gould defendió (junto a Niles Elredge) la teoría de los "equilibrios puntuados", según la cual los cambios evolutivos se producen en intervalos de tiempo relativamente breves (a escala geológica) seguidos de largos periodos de relativa estabilidad de las especies, o la crítica con Lewontin a una visión estrictamente adaptacionista de la evolución, argumentando que no todo organismo o función de los seres vivos tiene un origen adaptativo, es decir, proveniente del mecanismo de la selección natural. Por supuesto, todos estos temas se ven ricamente reflejados en sus ensayos, a menudo con las conexiones más improbables, como donde describe los tímpanos de la Catedral de San Marcos en Venecia para criticar el programa adaptacionista. Sus originales puntos de vista han sido rebativos por otros célebres divulgadores de la evolución, como Richard Dawkins y Daniel Dennet, en las llamadas guerras de la evolución. Otro punto de conflicto con algunos evolucionistas fue su énfasis en la naturaleza esencialmente contingente del proceso evolutivo, y por la tanto del papel del hombre en este. El hombre no es un ningñun caso la culminación del progreso evolutivo, es una rama muy secundaria del árbol de la vida, que por lo que sabemos, podría perfectamente jamás haberse originado.
Otro aspecto muy interesante que se muestra en los ensayos de Gould es la concepción que este tiene de la religión y de su relación con la ciencia, tema al que ha dedicado también un volumen (" Ciencia versus religión: un falso conflicto"). Agnóstico personalmente, pero muy buen conocedor de la Biblia y la religión por su tradición judía, para Gould no puede existir ningún conflicto entre la ciencia y la religión, pues son disciplinas que tratan cuestiones diferentes. En particular la religión trata de responder a la exigencia de sentido del hombre y de proponerle como moverse por la vida, mientras que la ciencia estudia el orden inherente a los fenómenos naturales. Por esta misma razón, cuando (con toda justicia) Gould ataca al movimiento creacionista (incluso a llegado a declarar en juicios contra el creacionismo), pero considerandolo como es, como una mala anticiencia, y sin aprovechar para cargar de paso contra todo lo relacionado con la religión.
En resumen, un volumen estupendo para adentrarse en lo esencial del apasionante pensamiento de Stephen Jay Gould, dejarse fascinar por la belleza de la historia natural, de la misma manera que el autor nos transmite como él mismo se fascina sin cesar.
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