Escribo este post desde el aeropuerto Charles de Gaulle de París, sufriendo en silencio (como las proverbiales almorranas) el enésimo retraso de Vueling, que me hará llegar a altas horas de la madrugada a mi casa en el día de mi aniversario de boda. Eso sí, nos han obsequiado con una exquisita cena (bueno, con un vale de 6 euros para el bar de la terminal, que a los precios que tienen daba para poco más que un mísero bocadillo). En vez de dedicarme el tiempo de espera a acordarme de la familia de los gestores de Vueling o de la soledad del pequeño consumidor frente al capitalismo globalizado, me he dedicado a recordar todas las peripecias que Sonia y yo hemos pasado antes, durante y después la adquisición de nuestra nueva vivienda en Vilanova i la Geltrú.
Realmente, el proceso de adquisición (y en nuestro caso de posterior reforma) de una vivienda es muy fatigoso pero al mismo tiempo fascinante. En primer lugar, es increíble la cantidad de gente que uno llega a conocer con cierta familiaridad a lo largo de estas semanas, desde la comercial inmobiliaria al paleta que nos reformó el baño. En segundo lugar, por los sorprendentes mundos ocultos que se descubren al lego en cada nivel de iniciación: la complejidad (y gravosidad) del universo de los créditos hipotecarios, la infinita vastedad de las tiendas de bricolage o la multitud de nimios detalles que contribuyen en la valoración de un piso. Intentaré a continuación profundizar en alguno de estos aspectos.
En los largos meses consagrados en buena medida a encontrar, comprar y reformar nuestra casa, hemos trabado una bonita amistad con varias personas de humanidad fascinante con las que nos hemos ido encontrando. Por ejemplo, la comercial de Don Piso con la que pasamos muchas tardes y sábados recorriendo Vilanova en busca del piso ideal. Después de tanto tiempo pasado juntos, ya conocíamos al detalles nuestras vidas mutuas así como nuestra opinión sobre los más variados temas, desde la educación de los hijos hasta los efectos de la especulación en el mercado inmobiliario. Recuerdo muchas anécdotas divertidas, como la del amante marido que nos recibió un sábado en su casa, bastante desordenada, y se excusó diciendo que “la parienta estaba trabajando”, mientras aparentemente él y su hijo adolescente se dedicaban a la agotadora tarea de tocarse las narices, o la del piso con una tranquila terraza para las cenas, junto al lado de un parque con todavía restos del último botellón.
Lo único que nos dolió fue que al final compramos el piso a través de otra inmobiliaria, casualidades de la vida con precisamente el primer piso que vimos con ellos. Era muy buena en su trabajo, no como algunos otros personajes (nominalmente agentes inmobiliarios) con los que trabajamos, como una chica un poco corta que, a las primeras de cambio, nos espetó que “si lo que queríamos era encontrar el piso perfecto, eso no existía y que estábamos perdiendo el tiempo esperando que bajaran los precios”. Claramente después de esta visita no la llamamos otra vez precisamente. Lo que si nos dimos cuenta era que la mayor fuente de entrada de viviendas al mercado eran o bien separaciones (en España prácticamente hay tantos divorcios como matrimonios) o bien de gente apurada por excelsos productos financieros como las hipotecas puente, con los que los inteligentes bancos respondían a las ansias especulativas de tantísima gente.
Trabamos también amistad con nuestro paleta, hijo de la emigración andaluza que colonizió un barrio entero de Vilanova en los 60. El está ahora en paro, debido al estado de la construcción, pero que explicaba como en las buenas épocas del boom inmobiliario cobraba 350.000 pesetas a la semana (sí sí, a la semana!). Su capacidad de poner las baldosas del baño con perfección milimétrica al mismo tiempo que fumaba un Ducados tras otro nos fascinaba. Una cosa muy curiosa es que después de un tiempo empleado de manera tan intensa como en una reforma, todo lo que me encontraba me hacía referencia a esta: si veía una tubería,, ya pensaba como hacer pasar los cables por dentro, si veía un candado en una pared, lo primero que pensaba era que sería muy fácil desmontarlo con un destornillador de estrella, y así sucesivamente.
Un capítulo aparte merece la cuadrilla que se encargó de la mudanza, peculiar como ella sola. Desde el “jefe”, conocedor y animado comunicador de las alegrías y miserias de media Vilanova (nos explicaba todas las intimidades, incluyendo divorcios y reconciliaciones, de las personas para las que había trabajado), hasta su cuñado Abdullah, una persona encantadora, nacida en Marruecos, que resultó haber estudiado dos cursos de Física antes de venir a España (obviamente, con un racismo mas o menos instintivo, no se me habría jamás ocurrido que ni tuviera estudios superiores). Sin olvidarnos de otro de la tropa, que entre bajar el frigorífico y subir las estanterías nos explicaba como en el transcurso de una mudanza se habría encontrado a su exmujer dándose el lote con un amigo en la playa, y que nos confiaba que la inversión más segura que iba a hacer cuando tuviera un poco de dinero era montar una funeraria, negocio para que, eso seguro, el mercado nunca se agotaba.
Anécdotas ilimitadas, experiencias fascinantes: la realidad vivida con atención, es como se dice, mucho más interesante que cualquier ficción que posamos imaginar. Y después de todo esto, ahora solo falta inaugurar la barbacoa del nuevo piso con una serie de comilonas con familia y amigos!
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