De vuelta de un congreso en Hamburgo, después de un par de días intentando descifrar el inglés de científicos de la Europa del Este, estaba reflexionando sobre este fenómeno del que todo el mundo habla hoy en día, el de la especulación financiera, y las turbulencias que lo acompañan. Estas incluyen las nacionalizaciones de bancos americanas, con el insólito espectáculo de ver a ultraliberales convencidos ahora que el error de Keynes era reducir demasiado el papel del Estado en la regulación de la vida económica (la socialización de las pérdidas parece el perfecto incentivo económico para reproducir la situación en el más breve tiempo posible).
Estas reflexiones también están motivadas por el hecho que acabo de leer el breve pero conciso estudio de John Kenneth Galbraith sobre el Crash de Wall Street de 1929, y la consiguiente depresión que siguió. Es conocido el refrán de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero en cuestiones de burbujas especulativas el número de tropiezos es enorme, y sin la mas minima señal de haber aprendido la lección. Ahora mismo en España estamos sufriendo las consecuencias de la enésima burbuja inmobiliaria (sumada a la crisis económica general), sobre de la que de manera más o menos consciente se ha basado buena parte de nuestro crecimiento económico. El libro de Galbraith es divertidísimo: las mismas tonterías que se pueden oír en nuestros días sobre la solidez de la economía y del sistema financiero se repetían con la misma convicción antes del Crash del 29.
Como se crea una burbuja especulativa? El mecanismo central, por lo que yo pueda llegar a entender, aparece cuando la adquisición de un bien se produce no con el objetivo del uso, consumo o disfrute de dicho bien, sino con el de esperar a que su precio suba y poder revenderlo, consiguiendo un beneficio importante. Lo que diferencia la especulación digamos que la compra-venta normal de bienes es que no existe nada vagamente semejante a un precio justo (por ejemplo, el precio de un melón se corresponde de manera aproximada con lo que yo valoro mi satisfacción al comerlo) sino que el precio de un bien especulativo solamente refleja la esperanza del especulador de su continua subida.
Este fenómeno es claro en el mercado inmobiliario: el precio de un piso puede variar hasta en un 500% en pocos años según la zona, siendo los costes de construcción esencialmente invariantes. No quiero decir ni mucho menos que toda subida de los precios de los pisos de deba a la especulación, pero si que es bien conocida la concepción general del piso como producto de inversión. Por supuesto, con la anterior definición acciones, derivados y demás productos de la ingeniería financiera son el objeto ideal de toda especulación, tanto hoy en día como en los tiempos de las primeras sociedades por acciones.
Es posible regular la especulación? Explica Galbraith como en el 29 la burbuja especulativa se generó a partir de un crédito casi ilimitado, y una regulación muy laxa que incluso permitía comprar acciones a crédito y posteriormente revenderlas, obteniendo una ganancia neta sin apenas hacer ningún desembolso. En el caso del mercado inmobiliario, una posible manera de regular la especulación sería haciendo el crédito más escaso (por ejemplo reduciendo la duración máxima de las hipotecas), siempre es difícil encontrar un balance entre regulación y la libertad necesaria para que la maquinaria económica funcione correctamente, esto es, reglas que no acaben empeorando, más que mejorando la situación.
El fenómeno de la especulación es un ejemplo claro de cómo en ciertas circunstancies el mecanismo de mercado, digamos de libro de texto, no lleva a ninguna mejora neta para la sociedad. Así como parece claro que, por ejemplo, en el comercio nacional e internacional, una menor regulación y protección lleva a una mejora de la riqueza general (absoluta y relativa) a través del mecanismo del mercado, como ocurre en el caso de la distribución de bienes de consumo, no ocurre lo mismo necesariamente en el mundo de las finanzas.
Como decía, parece evidente que en determinadas situaciones, el mecanismo del mercado lleva al enriquecimiento de algunos pocos pero al mismo tiempo mejora las condiciones generales de la sociedad. Un ejemplo en el que a mí me gusta pensar es el de IKEA (tal vez por que soy un usuario asiduo – en el momento en que eres capaz de recordar los nombres suecos de los diferentes armarios, es que definitivamente has estado allí demasiadas veces!). El fundador de IKEA es ahora una de las personas mas ricas del mundo, pero parece difícil argumentar que si en vez de arriesgarse con la famosa idea de los muebles desmontables se hubiera dedicado a alguna otra actividad más segura, digamos como empleado de banca, el mundo sería un lugar mejor hoy.
Por otra parte, parece mucho menos seguro que la misma afirmación se pudiera hacer de Warren Buffet o George Soros: tal vez incluso el mundo seria algo mejor sin toda esta metaestructura de las finanzas desconectada de la economía real. No tengo por supuesto los conocimientos económicos para decir si este es o no el caso, pero mi experiencia más inmediata del fenómeno de la especulación (el estudio del mercado inmobiliario) apunta en que, a parte de todos los beneficios que conlleva un mercado libre, también es posible enriquecerse (o arruinarse) sin que la sociedad salga lo más mínimo beneficiada.
Lo que más me sorprende es la facilidad con la que en las cíclicas crisis económicas todo se olvida: apostaría que a pesar de las eternas promesas de más regulación y control, dentro de pocos años la situación se volverá a repetir, de una manera y otra, y todos expresaremos nuestra sorpresa, pues, “quien podría preveer que algo así iba pasar?”