mercredi 24 septembre 2008

Especulación, mercado y regulación



De vuelta de un congreso en Hamburgo, después de un par de días intentando descifrar el inglés de científicos de la Europa del Este, estaba reflexionando sobre este fenómeno del que todo el mundo habla hoy en día, el de la especulación financiera, y las turbulencias que lo acompañan. Estas incluyen las nacionalizaciones de bancos americanas, con el insólito espectáculo de ver a ultraliberales convencidos ahora que el error de Keynes era reducir demasiado el papel del Estado en la regulación de la vida económica (la socialización de las pérdidas parece el perfecto incentivo económico para reproducir la situación en el más breve tiempo posible).

Estas reflexiones también están motivadas por el hecho que acabo de leer el breve pero conciso estudio de John Kenneth Galbraith sobre el Crash de Wall Street de 1929, y la consiguiente depresión que siguió. Es conocido el refrán de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero en cuestiones de burbujas especulativas el número de tropiezos es enorme, y sin la mas minima señal de haber aprendido la lección. Ahora mismo en España estamos sufriendo las consecuencias de la enésima burbuja inmobiliaria (sumada a la crisis económica general), sobre de la que de manera más o menos consciente se ha basado buena parte de nuestro crecimiento económico. El libro de Galbraith es divertidísimo: las mismas tonterías que se pueden oír en nuestros días sobre la solidez de la economía y del sistema financiero se repetían con la misma convicción antes del Crash del 29.

Como se crea una burbuja especulativa? El mecanismo central, por lo que yo pueda llegar a entender, aparece cuando la adquisición de un bien se produce no con el objetivo del uso, consumo o disfrute de dicho bien, sino con el de esperar a que su precio suba y poder revenderlo, consiguiendo un beneficio importante. Lo que diferencia la especulación digamos que la compra-venta normal de bienes es que no existe nada vagamente semejante a un precio justo (por ejemplo, el precio de un melón se corresponde de manera aproximada con lo que yo valoro mi satisfacción al comerlo) sino que el precio de un bien especulativo solamente refleja la esperanza del especulador de su continua subida.

Este fenómeno es claro en el mercado inmobiliario: el precio de un piso puede variar hasta en un 500% en pocos años según la zona, siendo los costes de construcción esencialmente invariantes. No quiero decir ni mucho menos que toda subida de los precios de los pisos de deba a la especulación, pero si que es bien conocida la concepción general del piso como producto de inversión. Por supuesto, con la anterior definición acciones, derivados y demás productos de la ingeniería financiera son el objeto ideal de toda especulación, tanto hoy en día como en los tiempos de las primeras sociedades por acciones.

Es posible regular la especulación? Explica Galbraith como en el 29 la burbuja especulativa se generó a partir de un crédito casi ilimitado, y una regulación muy laxa que incluso permitía comprar acciones a crédito y posteriormente revenderlas, obteniendo una ganancia neta sin apenas hacer ningún desembolso. En el caso del mercado inmobiliario, una posible manera de regular la especulación sería haciendo el crédito más escaso (por ejemplo reduciendo la duración máxima de las hipotecas), siempre es difícil encontrar un balance entre regulación y la libertad necesaria para que la maquinaria económica funcione correctamente, esto es, reglas que no acaben empeorando, más que mejorando la situación.

El fenómeno de la especulación es un ejemplo claro de cómo en ciertas circunstancies el mecanismo de mercado, digamos de libro de texto, no lleva a ninguna mejora neta para la sociedad. Así como parece claro que, por ejemplo, en el comercio nacional e internacional, una menor regulación y protección lleva a una mejora de la riqueza general (absoluta y relativa) a través del mecanismo del mercado, como ocurre en el caso de la distribución de bienes de consumo, no ocurre lo mismo necesariamente en el mundo de las finanzas.

Como decía, parece evidente que en determinadas situaciones, el mecanismo del mercado lleva al enriquecimiento de algunos pocos pero al mismo tiempo mejora las condiciones generales de la sociedad. Un ejemplo en el que a mí me gusta pensar es el de IKEA (tal vez por que soy un usuario asiduo – en el momento en que eres capaz de recordar los nombres suecos de los diferentes armarios, es que definitivamente has estado allí demasiadas veces!). El fundador de IKEA es ahora una de las personas mas ricas del mundo, pero parece difícil argumentar que si en vez de arriesgarse con la famosa idea de los muebles desmontables se hubiera dedicado a alguna otra actividad más segura, digamos como empleado de banca, el mundo sería un lugar mejor hoy.

Por otra parte, parece mucho menos seguro que la misma afirmación se pudiera hacer de Warren Buffet o George Soros: tal vez incluso el mundo seria algo mejor sin toda esta metaestructura de las finanzas desconectada de la economía real. No tengo por supuesto los conocimientos económicos para decir si este es o no el caso, pero mi experiencia más inmediata del fenómeno de la especulación (el estudio del mercado inmobiliario) apunta en que, a parte de todos los beneficios que conlleva un mercado libre, también es posible enriquecerse (o arruinarse) sin que la sociedad salga lo más mínimo beneficiada.

Lo que más me sorprende es la facilidad con la que en las cíclicas crisis económicas todo se olvida: apostaría que a pesar de las eternas promesas de más regulación y control, dentro de pocos años la situación se volverá a repetir, de una manera y otra, y todos expresaremos nuestra sorpresa, pues, “quien podría preveer que algo así iba pasar?”

lundi 15 septembre 2008



Escribo este post desde el aeropuerto Charles de Gaulle de París, sufriendo en silencio (como las proverbiales almorranas) el enésimo retraso de Vueling, que me hará llegar a altas horas de la madrugada a mi casa en el día de mi aniversario de boda. Eso sí, nos han obsequiado con una exquisita cena (bueno, con un vale de 6 euros para el bar de la terminal, que a los precios que tienen daba para poco más que un mísero bocadillo). En vez de dedicarme el tiempo de espera a acordarme de la familia de los gestores de Vueling o de la soledad del pequeño consumidor frente al capitalismo globalizado, me he dedicado a recordar todas las peripecias que Sonia y yo hemos pasado antes, durante y después la adquisición de nuestra nueva vivienda en Vilanova i la Geltrú.

Realmente, el proceso de adquisición (y en nuestro caso de posterior reforma) de una vivienda es muy fatigoso pero al mismo tiempo fascinante. En primer lugar, es increíble la cantidad de gente que uno llega a conocer con cierta familiaridad a lo largo de estas semanas, desde la comercial inmobiliaria al paleta que nos reformó el baño. En segundo lugar, por los sorprendentes mundos ocultos que se descubren al lego en cada nivel de iniciación: la complejidad (y gravosidad) del universo de los créditos hipotecarios, la infinita vastedad de las tiendas de bricolage o la multitud de nimios detalles que contribuyen en la valoración de un piso. Intentaré a continuación profundizar en alguno de estos aspectos.

En los largos meses consagrados en buena medida a encontrar, comprar y reformar nuestra casa, hemos trabado una bonita amistad con varias personas de humanidad fascinante con las que nos hemos ido encontrando. Por ejemplo, la comercial de Don Piso con la que pasamos muchas tardes y sábados recorriendo Vilanova en busca del piso ideal. Después de tanto tiempo pasado juntos, ya conocíamos al detalles nuestras vidas mutuas así como nuestra opinión sobre los más variados temas, desde la educación de los hijos hasta los efectos de la especulación en el mercado inmobiliario. Recuerdo muchas anécdotas divertidas, como la del amante marido que nos recibió un sábado en su casa, bastante desordenada, y se excusó diciendo que “la parienta estaba trabajando”, mientras aparentemente él y su hijo adolescente se dedicaban a la agotadora tarea de tocarse las narices, o la del piso con una tranquila terraza para las cenas, junto al lado de un parque con todavía restos del último botellón.

Lo único que nos dolió fue que al final compramos el piso a través de otra inmobiliaria, casualidades de la vida con precisamente el primer piso que vimos con ellos. Era muy buena en su trabajo, no como algunos otros personajes (nominalmente agentes inmobiliarios) con los que trabajamos, como una chica un poco corta que, a las primeras de cambio, nos espetó que “si lo que queríamos era encontrar el piso perfecto, eso no existía y que estábamos perdiendo el tiempo esperando que bajaran los precios”. Claramente después de esta visita no la llamamos otra vez precisamente. Lo que si nos dimos cuenta era que la mayor fuente de entrada de viviendas al mercado eran o bien separaciones (en España prácticamente hay tantos divorcios como matrimonios) o bien de gente apurada por excelsos productos financieros como las hipotecas puente, con los que los inteligentes bancos respondían a las ansias especulativas de tantísima gente.

Trabamos también amistad con nuestro paleta, hijo de la emigración andaluza que colonizió un barrio entero de Vilanova en los 60. El está ahora en paro, debido al estado de la construcción, pero que explicaba como en las buenas épocas del boom inmobiliario cobraba 350.000 pesetas a la semana (sí sí, a la semana!). Su capacidad de poner las baldosas del baño con perfección milimétrica al mismo tiempo que fumaba un Ducados tras otro nos fascinaba. Una cosa muy curiosa es que después de un tiempo empleado de manera tan intensa como en una reforma, todo lo que me encontraba me hacía referencia a esta: si veía una tubería,, ya pensaba como hacer pasar los cables por dentro, si veía un candado en una pared, lo primero que pensaba era que sería muy fácil desmontarlo con un destornillador de estrella, y así sucesivamente.

Un capítulo aparte merece la cuadrilla que se encargó de la mudanza, peculiar como ella sola. Desde el “jefe”, conocedor y animado comunicador de las alegrías y miserias de media Vilanova (nos explicaba todas las intimidades, incluyendo divorcios y reconciliaciones, de las personas para las que había trabajado), hasta su cuñado Abdullah, una persona encantadora, nacida en Marruecos, que resultó haber estudiado dos cursos de Física antes de venir a España (obviamente, con un racismo mas o menos instintivo, no se me habría jamás ocurrido que ni tuviera estudios superiores). Sin olvidarnos de otro de la tropa, que entre bajar el frigorífico y subir las estanterías nos explicaba como en el transcurso de una mudanza se habría encontrado a su exmujer dándose el lote con un amigo en la playa, y que nos confiaba que la inversión más segura que iba a hacer cuando tuviera un poco de dinero era montar una funeraria, negocio para que, eso seguro, el mercado nunca se agotaba.

Anécdotas ilimitadas, experiencias fascinantes: la realidad vivida con atención, es como se dice, mucho más interesante que cualquier ficción que posamos imaginar. Y después de todo esto, ahora solo falta inaugurar la barbacoa del nuevo piso con una serie de comilonas con familia y amigos!